domingo, 2 de noviembre de 2008

Rima XXIV

Dos rojas lenguas de fuego

que a un mismo tronco enlazadas

se aproximan y, al besarse,

forman una sola llama.


Dos notas que del laúd

a un tiempo la mano arranca,

y en el espacio se encuentran

y armoniosas se abrazan.


Dos olas que vienen juntas

a morir sobre una playa

y que al romper se coronan

con un penacho de plata.


Dos jirones de vapor

que del lago se levantan

y, al juntarse allá en el cielo,

forman una nube blanca.


Dos ideas que al par brotan;

dos besos que a un tiempo estallan,

dos ecos que se confunden;

eso son nuestras dos almas.

Rima LXII

Primero es un albor trémulo y vago,

raya de inquieta luz que corta el mar;

luego chispea y crece y se dilata

en ardiente explosión de claridad.


La brilladora lumbre es la alegría,

la temerosa sombra es el pesar.

¡Ay! En la oscura noche de mi alma,

¿cuándo amanecerá?

Amor eterno

Podrá nublarse el sol eternamente;

Podrá secarse en un instante el mar;

Podrá romperse el eje de la tierra

Como un débil cristal.

¡todo sucederá! Podrá la muerte

Cubrirme con su fúnebre crespón;

Pero jamás en mí podrá apagarse

La llama de tu amor.

Rima L

Lo que el salvaje que con torpe mano

hace de un tronco a su capricho un dios,

y luego ante su obra se arrodilla,

eso hicimos tú y yo.


Dimos formas reales a un fantasma,

de la mente ridícula invención,

y hecho el ídolo ya, sacrificamos

en su altar nuestro amor.

Rima LVII

Este armazón de huesos y pellejos,

de pasear una cabeza loca

se halla cansado al fin, y no lo extraño,

pues, aunque es la verdad que no soy viejo,

de la parte de vida que me toca

en la vida del mundo, por mi daño

he hecho un uso tal, que juraría

que he condensado un siglo en cada día.


Así, aunque ahora muriera,

no podría decir que no he vivido;

que el sayo, al parecer nuevo por fuera,

conozco que por dentro ha envejecido.


Ha envejecido, sí, ¡pese a mi estrella!

Harto lo dice ya mi afán doliente,

que hay dolor que al pasar, su horrible huella

graba en el corazón, si no en la frente.

Rima XXXV

¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día,

me admiró tu cariño mucho más;

porque lo que hay en mí que vale algo,

eso... ni lo pudiste sospechar.

Rima XIV

Te vi un punto y, flotando ante mis ojos,

la imagen de tus ojos se quedó,

como la mancha oscura orlada en fuego

que flota y ciega si se mira al sol.


Adondequiera que la vista clavo,

torno a ver las pupilas llamear;

mas no te encuentro a ti, que es tu mirada,

unos ojos, los tuyos, nada más.


De mi alcoba en el ángulo los miro

desasidos fantásticos lucir;

cuando duermo los siento que se ciernen,

de par en par abiertos sobre mí.


Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche

llevan al caminante a perecer;

yo me siento arrastrado por tus ojos,

pero adónde me arrastran, no lo sé.

Rima XLII

Cuando me lo contaron sentí el frío

de una hoja de acero en las entrañas;

me apoyé contra el muro, y un instante

la conciencia perdí de dónde estaba.


Cayó sobre mi espíritu la noche,

en ira y en piedad se anegó el alma.

¡Y entonces comprendí por qué se llora,

y entonces comprendí por qué se mata!


Pasó la nube de dolor.... Con pena

logré balbucear breves palabras...

¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...

Me hacía un gran favor... Le di las gracias.

Rima LXXII

PRIMERA VOZ


Las ondas tienen vaga armonía,

las violetas suave olor,

brumas de plata la noche fría,

luz y oro el día;

yo algo mejor;

¡yo tengo Amor!


SEGUNDA VOZ


Aura de aplausos, nube radiosa,

ola de envidia que besa el pie,

isla de sueños donde reposa

el alma ansiosa,

dulce embriaguez:

¡la Gloria es!


TERCERA VOZ


Ascua encendida es el tesoro,

sombra que huye la vanidad.

Todo es mentira: la gloria, el oro;

lo que yo adoro

sólo es verdad:

¡la Libertad!


Así los barqueros pasaban cantando

la eterna canción

y, al golpe del remo, saltaba la espuma

y heríala el sol.


?¿Te embarcas?, gritaban; y yo sonriendo

les dije al pasar:

?Yo ya me he embarcado; por señas que aún tengo

la ropa en la playa tendida a secar.

Rima LX

Mi vida es un erial,

flor que toco se deshoja;

que en mi camino fatal

alguien va sembrando el mal

para que yo lo recoja.

Rima XLV

En la clave del arco ruinoso

cuyas piedras el tiempo enrojeció,

obra de cincel rudo campeaba

el gótico blasón.


Penacho de su yelmo de granito,

la yedra que colgaba en derredor

daba sombra al escudo en que una mano

tenía un corazón.


A contemplarle en la desierta plaza

nos paramos los dos;

?Y ese ?me dijo? es el cabal emblema

de mi constante amor.


¡Ay! Es verdad lo que me dijo entonces;

verdad que el corazón

lo llevará en la mano..., en cualquier parte...

pero en el pecho, no.

Rima VII

Del salón en el ángulo oscuro,

de su dueña tal vez olvidada,

silenciosa y cubierta de polvo

veíase el arpa.


¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas

como el pájaro duerme en las ramas,

esperando la mano de nieve

que sabe arrancarlas!


?¡Ay! ?pensé?; ¡cuántas veces el genio

así duerme en el fondo del alma,

y una voz, como Lázaro, espera

que le diga: «¡Levántate y anda!».

Rima LV

Entre el discorde estruendo de la orgía

acarició mi oído,

como nota de música lejana,

el eco de un suspiro.


El eco de un suspiro que conozco,

formado de un aliento que he bebido,

perfume de una flor que oculta crece

en un claustro sombrío.


Mi adorada de un día, cariñosa,

?¿En qué piensas?? me dijo.

?En nada... ?En nada, ¿y lloras? ?Es que tengo

alegre la tristeza y triste el vino.

Rima XII

Porque son, niña, tus ojos

verdes como el mar, te quejas;

verdes los tienen las náyades,

verdes los tuvo Minerva,

y verdes son las pupilas

de las hourís del Profeta.


El verde es gala y ornato

del bosque en la primavera;

entre sus siete colores

brillante el Iris lo ostenta,

las esmeraldas son verdes;

verde el color del que espera,

y las ondas del océano

y el laurel de los poetas.


Es tu mejilla temprana

rosa de escarcha cubierta,

en que el carmín de los pétalos

se ve al través de las perlas.


Y sin embargo,

sé que te quejas

porque tus ojos

crees que la afean,

pues no lo creas.


Que parecen sus pupilas

húmedas, verdes e inquietas,

tempranas hojas de almendro

que al soplo del aire tiemblan.


Es tu boca de rubíes

purpúrea granada abierta

que en el estío convida

a apagar la sed con ella,


Y sin embargo,

sé que te quejas

porque tus ojos

crees que la afean,

pues no lo creas.


Que parecen, si enojada

tus pupilas centellean,

las olas del mar que rompen

en las cantábricas peñas.


Es tu frente que corona,

crespo el oro en ancha trenza,

nevada cumbre en que el día

su postrera luz refleja.


Y sin embargo,

sé que te quejas

porque tus ojos

crees que la afean:

pues no lo creas.


Que entre las rubias pestañas,

junto a las sienes semejan

broches de esmeralda y oro

que un blanco armiño sujetan.


*


Porque son, niña, tus ojos

verdes como el mar te quejas;

quizás, si negros o azules

se tornasen, lo sintieras.

Rima LXXXIII

Solitario, triste y mudo

hállase aquel cementerio;

sus habitantes no lloran...

¡Qué felices son los muertos!

jueves, 4 de septiembre de 2008

RIMA LXX

RIMA LXX

¡Cuántas veces, al pie de las musgosas
paredes que la guardan,
oí la esquila que al mediar la noche
a los maitines llama!

¡Cuántas veces trazó mi silueta
la luna plateada,
junto a la del ciprés, que de su huerto
se asoma por las tapias!

Cuando en sombras la iglesia se envolvía,
de su ojiva calada,
¡cuántas veces temblar sobre los vidrios
vi el fulgor de la lámpara!

Aunque el viento en los ángulos oscuros
de la torre silbara,
del coro entre las voces percibía
su voz vibrante y clara.

En las noches de invierno, si un medroso
por la desierta plaza
se atrevía a cruzar, al divisarme
el paso aceleraba.

Y no faltó una vieja que en el torno
dijese a la mañana,
que de algún sacristán muerto en pecado
acaso era yo el alma.

A oscuras conocía los rincones
del atrio y la portada;
de mis pies las ortigas que allí crecen
las huellas tal vez guardan.

Los búhos, que espantados me seguían
con sus ojos de llamas,
llegaron a mirarme con el tiempo
como a un buen camarada.

A mi lado sin miedo los reptiles
se movían a rastras;
hasta los mudos santos de granito
creo que me saludaban.

RIMA XXX

RIMA XXX

Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: —¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: —¿Por qué no lloré yo?

RIMA XIII

RIMA XIII

Tu pupila es azul y, cuando ríes,
su claridad süave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
que en el mar se refleja.

Tu pupila es azul y, cuando lloras,
las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una vïoleta.

Tu pupila es azul, y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.

RIMA I

RIMA I

Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.

Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.

Pero en vano es luchar, que no hay cifra
capaz de encerrarle; y apenas, ¡oh, hermosa!,
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, cantártelo a solas.

RIMA XII

RIMA XII

Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar, te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las huríes del Profeta.

El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera;
entre sus siete colores
brillante el Iris lo ostenta,
las esmeraldas son verdes;
verde el color del que espera,
y las ondas del océano
y el laurel de los poetas.

Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta,
en que el carmín de los pétalos
se ve al través de las perlas.

Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean,
pues no lo creas.

Que parecen sus pupilas
húmedas, verdes e inquietas,
tempranas hojas de almendro
que al soplo del aire tiemblan.

Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta
que en el estío convida
a apagar la sed con ella,

Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean,
pues no lo creas.

Que parecen, si enojada
tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.

Es tu frente que corona,
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día
su postrera luz refleja.

Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo creas.

Que entre las rubias pestañas,
junto a las sienes semejan
broches de esmeralda y oro
que un blanco armiño sujetan.

*

Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar te quejas;
quizás, si negros o azules
se tornasen, lo sintieras.

RIMA LIII

RIMA LIII


Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!